domingo, 23 de junio de 2013

Belleza y servicio al cliente

Metida como estoy con los asuntos de belleza, no podía evitar mezclar el tema con Marketing. Y es que hice un pequeño comparativo entre una estética "cara" y otra "barata". Entre comillas porque la verdad la cara no es tan cara y la barata es sólo barata por la zona en la que se encuentra, pero sí hay otras diferencias substanciales.

Usualmente voy a una estética de precio regular, de tamaño más grande que muchas otras en la zona y con diferentes opciones de productos y servicios. Y siempre tardo siglos en salir de ahí, que si el tratamiento, que si el tiempo necesario para que esto se fije, para que lo otro seque, que si le agregamos este shampoo súper efectivo a mi cabello, en fin, es toda una proeza irme a pintar el cabello solamente, ya no se diga si se me ocurre ponerme alguna lucecita por aquí o un rayito por allá. Me lo pinto más de adjetivos que de tinte.

Tiempo después fui a otra estética en mi pueblo, sólo dije "quiero que me pinten el cabello", la chica de la estética hizo una sola pregunta acerca del tono del tinte y cuando me senté ya estaba preparando la mezcla de acuerdo a una sola instrucción, sin mayor detalle ni contratiempo. Mientras me pintaba platicamos de uñas, de belleza, de mi madre (sí, se conocen como todo mundo aquí) y no se me hizo mucho tiempo. Me lavó el pelo (mismos productos que la otra estética), le pedí un tratamiento y listo. Lo tardado fue la peinada, que siempre se me hace más lenta de lo que yo creo que debiera ser, pero es mi percepción porque aun así fue rápido y llegué a tiempo a mi clase de japonés.

La diferencia radica en cómo te venden algo, los vendendores ven como obligación abusar de la verborrea para atraer al cliente. En la primera estética siempre me tardaba muchísimo para entrar y salir de ahí, además el tiempo se me hacía eterno sólo para que me empezaran a hacer algo. En la segunda no hubo mayor protocolo, las cosas como van, sin contratiempos ni palabrería. El uso excesivo de los adjetivos y sustantivos en un vendedor parecen ser atributos deseables a la hora de quererle vender algo al cliente, y es este abuso de palabras las que hacen que algo aparente ser caro, cuando en realidad puede ser barato y eficiente.

Al menos mi generación (y las generación más jóvenes) ya no se contenta con el uso y abuso de las palabras para adquirir un producto. Requerimos información, pero cuando nosotros la pedimos, no cuando al vendedor se le ocurra. Ya no hacemos caso del abuso de adjetivos que rodean a un producto, queremos cantidades, su funcionalidad y otras características que pueden ser explicadas sin un monólogo aprendido. Es más, cuando nos empiezan a hablar los vendedores, huimos.

Conclusión: el vendedor que habla de más tiene más probabilidad de perder una venta.

Tenshi

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