En diciembre tomé la decisión de no asistir este enero a clases de japonés, yo sabía que sería muy difícil para mí poder cumplir con maestría-japonés-vida, además quería pasar un poco más de tiempo en las tardes durmiendo que ya me está saliendo caro (en horas de sueño) tanto desvelo involuntario. Pero me inscribí.
Los primeros días de clase llegué a japonés motivadísima, pero terminé haciendo un gran coraje en las primeras semanas del curso gracias a promesas sin cumplir dentro de la clase. Y también pensé en dejar de ir.
Ahora estoy enferma, sin poder salir de casa a menos que alguien me lleve ya que no puedo manejar, terminé dos veces corriendo a Tizayuca de urgencias. La segunda de plano terminé en la sala de urgencias del Seguro. Nada grave, pero tampoco saben qué tengo. Eso sí, el dolor no me deja manejar. No estoy yendo a japonés.
No sé si sea karma o el destino o simplemente una serie de hechos aislados que me dicen que la decisión que tomé al principio tenía una razón de ser.
Debo entender que mis decisiones suelen ir de la mano de un sexto sentido al que a veces quiero ignorar e hiperracionalizar todo. Debo escuchar más a mi intuición y menos a mi cabeza.
Tenshi
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